Él madruga,
igual que el frío en enero. Lleva las decisiones de hoy a la espalda, que
brillan con el reflejo del sol. Los pies se hunden porque el terreno está
mojado. Pero es suelo conocido, y las botas son confiadas.
Ella también
ha madrugado. Pero, aún en la cama, sigue escondida. El camuflaje es su aliado,
hasta cierto punto. No se mueve, no quiere miradas ni atención. Y pasa
desapercibida. No para todo el mundo. Él ha puesto la mira en ella.
Avanza,
despacio, para intentar no levantarla. Sus mejores recursos caminan con él, a
su lado, obedientes. Y la certeza de que será un buen día sobrevuela el cielo. Sin saber
bien cómo, sin querer-evitarlo, han entrado en juego.
Ella cree jugar por
encima. Se arriesga. En el fondo, está asustada. Espera, aguarda, hasta el
último segundo. Sabe que él ha contenido la respiración, lo siente cerca. Un
escalofrío le advierte, erizándole la piel, y el pulso se acelera.
Él también
lo nota. El tiempo parece haberse parado.
Se siente
desprotegida. La han pillado donde más segura creía estar, en terreno llano.
Pero ya-no. Aun así, no deja verse insegura. Todavía juega en casa. Y la partida
no ha hecho más que empezar.
Él la ve
salir corriendo. Esperaba, y ha sido inesperado. Tan rápida, elegante y ágil.
Vuelve a jugar con ventaja, pero él tampoco se rinde. Su instinto empieza la
carrera.
Durante un
momento, juegan a esquivarse. A ella se le da bien, siempre lo hace. Todo es
muy rápido. Las emociones van de un lado a otro, haciendo quiebros.
Tropezándose. Él persiste. A ella le gustaría.
Una carrera
que dura segundos. Parece, sin embargo, que de nuevo el tiempo se ha detenido.
La respiración se ha vuelto a contener. No hay sonido más que el bombeo de dos corazones agitados. Hasta que se oye el primer jadeo.
Ella está cansada. Pero sigue
corriendo, no quiere que la atrape.
Él sabe que
le pisa los talones, la huele, ve a su instinto ganar terreno y casi la
saborea. Nota el final. Último esprín.
Ella está
desubicada. Expuesta. Palos de ciego, corriendo sin ver salida. Ya ha jugado su
mejor ficha, y ha perdido. Él la ha cazado.
La luz se
apaga. Ya solo bombea un corazón, cansado.
Él se
agacha, la coge en brazos, y el sol hace un guiño. El tiempo fluye, y la
respiración vuelve a su cauce.
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